domingo, 15 de junio de 2008

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TRABAJO DECENTE - FUENTE: O.I.T.


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Fecha de actualización:6/06/2008


Trabajo decente
Un problema mundial


Casi todo el mundo trabaja, o quiere trabajar. No todos los que trabajan están empleados, por supuesto, y hay mucho trabajo que pasa inadvertido y no es remunerado. Parte del trabajo corresponde al mundo de la economía y el dinero, otra parte se encamina a la obtención de fines sociales ajenos a la esfera económica. Abunda el trabajo penoso, pero también el que produce satisfacción. Una parte del trabajo se realiza como empleo en puestos sometidos a regulación, en grandes empresas. Otra parte se realiza sin regulación ninguna en las calles o en los campos, e incluso en el hogar. Una gran cantidad del trabajo que hacemos es necesario, como fuente de ingresos y de sustento, pero también hay mucho trabajo voluntario.
Todas estas pautas y diferencias presentan un marcado componente de género. El trabajo de las mujeres, por ejemplo, queda sin remuneración mucho más frecuentemente que el de los hombres, o no está considerado como trabajo y es, por consiguiente, invisible. Por otra parte, las mujeres están excesivamente representadas en la mayoría de las categorías de empleo más precarias, así como en el grupo de quienes no tienen empleo.
El objetivo principal de la OIT es hoy el de promover oportunidades para que las mujeres y los hombres consigan un trabajo decente y productivo, en condiciones de libertad, equidad, seguridad y respeto de la dignidad humana. La diversidad de formas de trabajo hace complejo este objetivo. Para empezar, es necesario incluir a todos los trabajadores; el principio fundamental es que todos cuantos trabajan, hombres y mujeres, gocen de derechos en el trabajo. Es decir, no sólo los trabajadores asalariados en empresas reguladas, sino también los trabajadores independientes, los eventuales y los empleados en empresas no reguladas, así como aquellos cuyo trabajo no se ve y que son predominantemente mujeres que trabajan en una economía de prestación de cuidados o en el ámbito del hogar. La libertad, la equidad, la seguridad y la dignidad pueden adoptar formas diversas en distintos ambientes, aunque el principio se mantenga igual en el fondo. La Declaración de la OIT sobre los principios y derechos fundamentales en el trabajo recoge las dimensiones vitales de esta visión: libertad de asociación, ausencia de discriminación y trabajo forzoso, rechazo del trabajo infantil. Más allá de estos derechos fundamentales, existen otras preocupaciones, tales como la seguridad del ambiente de trabajo, la duración e intensidad del trabajo, las posibilidades de realización personal, la protección contra las contingencias y las incertidumbres. También, la de que el trabajo debería ser productivo si tiene que proporcionar unos ingresos decentes. Y, por encima de todo, que debería haber trabajo asequible para todos aquellos que lo buscan y lo necesitan.
Estas ideas, tomadas en conjunto, constituyen la esencia de lo que se expresa como un trabajo decente. Se ha dicho en ocasiones que el adjetivo "decente" coloca demasiado bajo el listón. Decente puede interpretarse meramente como lo contrario de "indecente", un nivel lindante con el mínimo de lo tolerable. Pero la palabra tiene también en español, al igual que en otros idiomas, el sentido de algo que satisface o supera los estándares sociales básicos y marca, por lo tanto, un umbral para el trabajo y el empleo que incorpora derechos universales y que es consistente con los valores y las metas de la sociedad en que se da. En este sentido, lo considerado "decente" evoluciona como lo hacen también las posibilidades de las sociedades, de manera que el umbral avanza al compás del progreso económico y social.
¿Cómo puede lograrse el objetivo de promover el trabajo decente? Desde la perspectiva de la OIT, la respuesta se ve como la síntesis de cuatroobjetivos estratégicos:
o Implantación de los principios y derechos fundamentales en el trabajo
o Creación de más empleo y de mayores oportunidades de ingresos para hombres y mujeres
o Extensión de la protección social, y
o Promoción del diálogo social
Estos objetivos están estrechamente entrelazados: el respeto de los principios y derechos fundamentales es una condición previa para la construcción de un mercado del trabajo socialmente legitimado; el diálogo social, el instrumento con el que los trabajadores, los empleadores y sus representantes discuten e intercambian ideas acerca de los medios para alcanzar ese objetivo. La creación de empleo es el instrumento esencial para elevar los niveles de vida y ampliar las posibilidades de obtener ingresos, en tanto que la protección social brinda los medios para alcanzar la seguridad en los ingresos y la seguridad del medio en que se realiza el trabajo.
Estas diversas dimensiones del trabajo decente se refuerzan unas a otras. Con frecuencia el mercado del trabajo se interpreta en términos de sustitución de alternativas y así se piensa que el aumento de calidad de los empleos generará costos laborales más altos y hará que se creen menos empleos. Pero la mayoría de los mercados del trabajo no funcionan de manera tan simple. Los empleos de mejor calidad suelen ser más productivos. Generan también confianza y cooperación, así como una inversión física y humana que aumenta todavía la productividad. Pero, por encima de todo, son sillares con los que construir una legitimidad social y, con ella, la estabilidad a largo plazo del desarrollo económico. El engarce entre los valores sociales y económicos del trabajo y las condiciones en las que se realiza está, por consiguiente, en el corazón de una estrategia que busque promover el trabajo decente. Y la comprensión progresivamente generalizada de esta realidad es, en sí misma, una fuente de progreso social: así, por ejemplo, la mejor comprensión de las desigualdades en razón del género en el mercado del trabajo ha terminado por incluirlas en la discusión sobre la legitimidad de los modelos de desarrollo dominantes.
Seguir esta estrategia, pues, supone juntar distintos instrumentos: legales, económicos e institucionales. Es preciso desarrollar instituciones y enfoques que que hagan de la política social un factor de producción y que introduzcan importantes metas sociales en la política económica. Porque, si bien es cierto que el trabajo decente puede ser uno de los fundamentos del progreso económico, también lo es que sólo podrá desempeñar este papel si el marco institucional es correcto. Esto significa empresas que no sólo sean competitivas, sino también capaces de responder a las metas y a los objetivos de los trabajadores. Significa instituciones en el mercado del trabajo que promuevan la concordancia entre los objetivos sociales y los económicos, a la vez que ofrezcan incentivos para lograrla. Y significa también posibilidades para una discusión y una participación democráticas.
La legitimidad reclama asimismo universalidad. Lo que quiere decir elaborar políticas que incluyan a hombres y mujeres, tomando en consideración el hecho de que la desigualdad por razón del género está arraigada en el funcionamiento del mercado del trabajo e incluso en la opinión común acerca de lo que se considera un trabajo productivo. Y significa asimismo que hay que poner en marcha políticas eficaces para los que trabajan en pequeñas empresas o en empresas del sector no estructurado, en el hogar y en trabajos eventuales, así como para las minorías más desfavorecidas y los trabajadores discapacitados.
También se trata aquí de un problema de dimensiones mundiales. Las políticas encaminadas a promover un trabajo decente han de insertarse en una economía mundial cada vez más integrada, en la que cambian constantemente las oportunidades para las empresas, con lo que esto implica para los empleos y los mercados del trabajo. La mundialización ha abierto nuevas oportunidades de crecimiento y de empleo; pero, si el marco institucional es erróneo, la intensificación de la competencia en los mercados mundiales puede llevar también a una espiral de deterioro de los salarios y de las condiciones laborales, con la inestabilidad de los flujos financieros poniendo en peligro los progresos tanto económicos como sociales. También aquí los riesgos y las oportunidades son asimétricos con respecto a los géneros. A la hora de encarar estos retos, la comunidad internacional comienza a comprobar que, por su misma integración, los problemas del desarrollo no pueden ser tratados con soluciones sectoriales. Pues bien, si se requiere una respuesta igualmente integral, el principio de un trabajo decente ofrece una dimensión centrada y crucial: un camino para introducir los estándares sociales en el desarrollo y asignarles una participación eficaz en la economía internacional.


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